Duran!

image

Roberto Carlos Durán Samaniego nació en los brazos de su abuela, doña Ceferina García, en la Avenida A (no. 147), cuarto 96 en El Chorrillo. Su salida al mundo presagiaba algo de la energía que caracterizó a su infancia, el bebé Durán, luchaba por salir del vientre. Es muy probable que haya salido del útero luchando con sus puños.

Desde el momento mismo en que nació, Roberto, de 3 kilos y medio, ya estaba en la ruta rápida para convertirse en un hombre solo. En un presagio de proporciones míticas, Robertito nació en un edificio de apartamentos entre las calles 25º y 26º conocido como “La Casa de Piedra”, aunque no tuvo relación directa con el sobrenombre que eventualmente lo acompañaría. Sus manos serían bautizadas años después.

Nacido el 16 de junio de 1951, Roberto Durán Samaniego fue el tercero de nueve hijos que tuvieron Clara Esther Samaniego y su padre, Margarito Durán Sánchez, un hombre que solo tuvo relación con Roberto por el nombre. Margarito era de ascendencia mexicana, había nacido en Arizona, pero era de padres mexicanos. Abandonó a la familia cuando Roberto tenía un año y medio porque terminó su estancia de trabajo en Panamá, donde laboraba como cocinero en el ejército de Estados Unidos que estaba estacionado en la zona del canal. Antes de irse, tuvo dos hijos con Clara, Roberto y Alcibiades, que falleció a los dos años.

Margarito era un hombre alto y que sabía defenderse, aunque no solía meterse en problemas. En alguna ocasión, recuerdan sus cercanos, puso fuera de combate a dos hombres en una pelea.

“En Panamá hay un lugar pequeño llamado Mi Pueblito. Ahí fue donde mi padre conoció a mi mamá”, explica Durán. “En esa época, mi papá era soldado, y todos los soldados dormían en una iglesia. Era un club militar privado y mi padre trabajaba como cocinero, y cuando tenían un día libre, iba a la cantina. Recuerdo que una vez, cuando tenía dos o tres años, mi mamá me llevó ahí y me contó sobre mi padre. Que se fue y nunca lo veríamos otra vez”.

Cuando era más joven, a Durán le encantaba Elvis Presley, los luchadores mexicanos más famosos como El Santo y Blue Demon, las películas de Cantinflas y hacer bromas.

Desde vender el periódico La Estrella de Panamá, lustrar calzado, lavar platos en los restaurantes, pintar paredes en el Hotel Roosevelt, y hasta bailar y cantar en centros nocturnos, Durán no tuvo una infancia normal, ni siquiera tuvo la opción. El muchacho, endurecido por la calle, aprendió a ganarse la vida con la ayuda de un indigente que trabajaba como cómico callejero llamado Cándido Natalio Díaz, mejor conocido como ‘Chaflán’. Durán recuerda con detalle cómo conoció al hombre que hoy está olvidado por la mayoría.

Para los niños que vagaban por las calles, Chaflán era un héroe, alguien que se rehusaba a abandonarlos cuando todos los demás sí lo hacían. Para agradecer a su amigo, y casi padre, Durán llevaría a Chaflán a conocer Nueva York en su pelea ante Ken Buchanan.

“Vivía en Chorrillo, en una casa hecha de piedra, cerca de una cantina llamada ‘La Almenecer’”, recuerda Durán. “Lustraba calzado en el barrio en esa época y fue una coincidencia que llegó una persona y comenzó a bailar. Había decenas de personas viéndolo desde la cantina. Hacía caras cómicas, y cuando terminaba le daban dinero”.

Pero a pesar de todo lo que Durán apreciaba a Chaflán, era su madre Clara quien hacía los sacrificios por su familia. Y no pasó mucho tiempo para que Roberto desarrollara un deseo insaciable por complacer a su madre, porque era la única persona que se había quedado en su vida de forma permanente. Desde que era niño, Roberto hacía cualquier cosa para asegurarse de que su madre viviera sin preocupaciones, un hijo tan devoto como lo querría cualquier padre.

“Nos íbamos con Chaflán, y despertábamos en la imprenta de periódicos”, recuerda Durán. “Los periódicos salían como a las 5 de la mañana. Eramos como siete u ocho chicos que no nos regresábamos a casa, sino que nos quedábamos con Chaflán. Había una ventanita, nos daban un boleto, y el primero tomaba los periódicos y los vendíamos rápido”.

A pesar de la ausencia de su padre, había algo más que la pegada entre la herencia biológica de su padre Margarito: la complexión del mexicano, la piel morena clara. Pero el estilo de boxeo fiero, ese de matar o morir que define a la mayoría de los peleadores mexicanos fue un estilo que Roberto Durán también adoptaría, en detrimento del típico estilo rápido del boxeador panameño. El fuego ardía en Roberto desde una edad temprana.

Fue después, cuando su hijo ya era campeón, que Margarito y Roberto se encontraron. Su padre lo reconoció en una revista de boxeo.

“Cuando lo vi en Los Ángeles, pensé que estaba viendo a mi hermano menor. Las facciones de Roberto eran más parecidas a mi hermano que a mí”, diría Margarito Durán varias décadas después.

Sin embargo, Margarito no tuvo una influencia directa sobre lo que su hijo realizó dentro o fuera del encordado. Inicialmente, el gusto de Roberto por el boxeo se le reveló por su fascinación al atuendo de boxeo de su hermano toti. Un día siguió a Toti al gimnasio y lo vio hacer guanteo con Adolpho Osses.

Cuando Toti bajó del ring, Roberto lo detuvo:

“Apenas tenía 12 años, pero me impresionaba el atuendo de mi hermano. Cuando terminó de hacer guantes, le dije, ‘Toti, ¿cómo puedo conseguir algo como lo que usas?’ Me dijo que si me hacía boxeador me lo darían”.

Y así comenzó la leyenda.

* CHRISTIAN GIUDICE es el autor de “Hands of Stone: The life and legend of Roberto Durán”, la biografía sobre el legendario peleador panameño. Puedes comprar su libro en Amazon.com

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *