“Le hice una promesa y se la cumplí”, Roberto Durán sobre su amigo Chaflán

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Una cosa es seguir a alguien cuando todo va bien. Sin embargo, un verdadero amigo se une en los momentos más difíciles. Al crecer en la ciudad de Panamá, Roberto Durán se acompañaba de un pequeño de círculo de amigos en quienes podía confiar.

A menudo tenía que conseguir comida y dinero desempeñando trabajos como cantar en las calles, vender periódicos o lustrar calzado, por lo que Durán aprendió, de la manera más dura, a ser independiente desde muy pronto en su vida. Tuvo ocho hermanos y dejó la escuela a los 13 años. Fue en esta época y más adelante, en su adolescencia, cuando Durán forjó algunas de las amistadas que aún hoy atesora. Una de esas amistades, que fungió como guardián de Durán durante su infancia, fue un hombre peculiar, llamado Natalio Cándido Díaz, más conocido simplemente como “Chaflán”. Un personaje sabio y afable, Chaflán sacó al pequeño Roberto de las corrosivas tentaciones de las calles.

Cuando se trató de orientar la carrera profesional de Durán ya como peleador, fue el próspero empresario inmobiliario, Carlos “Papa” Eleta, quien fue instrumental en moldear a Durán promocionalmente. Y cuando hubo que depurar sus habilidades boxísticas fue Néstor “Plomo” Quiñones, su primer entrenador, primero; y luego Freddie Brown y Ray Arcel, quienes fueron invaluables en este renglón. Pero cuando se trató de formar a Roberto Durán para enfrentar la vida cuando apenas era un joven, no hubo más que Chaflán. El padre biológico de Roberto se había marchado hacía muchos años, desapareciendo de su vida.

“Chaflán hacía todo tipo de piruetas, y trucos con sus manos, y todos los niños de 10 o 12 años lo seguían”, recuerda Durán. “Así que si un día trabajábamos con él nos daba de comer. Por eso hacíamos lo que nos decía, lo ayudábamos con los trucos y hacíamos piruetas en el aire también. Luego nos llevaba a bañarnos en la playa, y ya todos cubiertos de arena, nos ponía a luchar porque en esa época venían muchos luchadores a Panamá”.

De cabello negro y energía inagotable, Roberto encantaba a todas las familias del barrio. Canalizaba toda su energía a las pasiones que compartía con su hermano Toti, como su amor por la lucha libre mexicana, las caricaturas y King Kong. Y de hecho, Roberto llegó a practicar informalmente la lucha libre bajo la tutela de Chaflán. A donde iba Chaflán, Roberto y los demás niños lo seguían. Para ellos, era un héroe, porque Chaflán se rehusaba a abandonarlos, cuando muchos en sus familias ya lo habían hecho.

Cuando intentan recordar su primer encuentro con Chaflán, todos coinciden en una versión similar del personaje.

“La primera vez que conocí a Chaflán estaba en el restaurant de un hotel, y este hombre llega con Durán y empieza a bailar en la mesa”, recuerda la leyenda panameña Ismael Laguna. “Fue algo loco. Entonces le di 20 dólares y debieron haber visto su cara. Me agradeció, y fue como si yo fuera su mejor amigo. En esa época, Durán aún era joven y no era conocido”.

Y es que en esa época, si Chaflán estaba ahí, el joven Robertito no debía estar muy lejos.

“Mira, nos íbamos con Chaflán y despertábamos en una imprenta de periódicos (en la avenida 4 de julio). Los periódicos salían como a las 5 de la mañana. Éramos siete u ocho niños que no nos íbamos a casa, sino que nos quedábamos con Chaflán”, recuerda Durán. “Había una ventanita, nos daban un boletito, y el primero que recibiera los periódicos los vendería rápido. Pero como éramos muy pequeños, no podíamos competir con los chicos más grandes y no podíamos vender los periódicos rápido. Yo siempre seguía a Chaflán.

No todos conservaron su fe en Chaflán, pero Roberto nunca perdió la suya. De hecho empezaron a separarse más cuando Roberto comenzó a entrenar seriamente para volverse boxeador profesional, pero nunca olvidó la promesa que le hizo a Chaflán. Si Roberto alguna vez llegaba a pelear por el campeonato mundial, Chaflán estaría a su lado. Varios años después, Roberto cumplió y Chaflán estuvo a su lado en su coronación.

“Para mi pelea de campeonato mundial con Ken Buchanan, le pedí a Eleta que trajera a Chaflán”, recuerda Durán. “Llegué una semana antes de la pelea para entrenar en el Grossinger Gym y Eleta trajo a Chaflán. Yo estaba en Nueva York quedándome en el Mayflower Hotel. Fui muy feliz de verlo porque era una promesa que le hice y la cumplí”.

Rápidamente, Nueva York cautivó a Chaflán con su vida nocturna. Durán le dio oportunidad a su amigo de ver un mundo más allá de las calles de Panamá. Chaflán, que falleció casi siete años después de aquella pelea histórica de 1972 en los ligeros que coronó por primera vez a Roberto “Manos de Piedra” Durán, nunca olvidó el gesto de su amigo.

Al final, Chaflán le enseñó a Roberto cómo sobrevivir en las peligrosas calles de Chorrillo y más allá. Las lecciones que le enseñó a aquel niño, le pagaría dividendos después, cuando Roberto creció hasta convertirse en una leyenda del boxeo mundial.

Cuando Chaflán murió en 1979, Roberto entrenaba para una pelea titular en los pesos welter ante Carlos Palomino. Su equipo optó por esperar hasta después de la pelea para darle la noticia a Durán. Roberto se colapsó inmediatamente. Perdió una parte de sí mismo, y a un miembro clave en su esquina de la vida.

Pero lo que era más importante, Chaflán le había enseñado a Roberto que en medio de la adversidad, siempre tendría un amigo, una cara sonriente con una promesa: “Todo estará bien”. En esa época, era lo único que necesitaba Roberto “Manos de Piedra” Durán.

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